miércoles, 7 de mayo de 2008

ANA PÉREZ CAÑAMARES

Durante las vacaciones
recogemos las piedras
que el mar nos regala.

Son las piedras con las que luego,
en el invierno, reconstruimos
las ruinas de nuestras guerras.

No sólo les pedimos
que resistan.
También que nos recuerden
que el mar existe.




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Cuando veo fútbol, tenis
carreras de fórmula 1
no olvido que en otras cadenas
siguen los telediarios.
Mientras gritamos gol
otro coche bomba explota
en un mercado; antes
de que acabe el set
habrá diez palestinos menos;
se apaga el semáforo
y una vida más en Guantánamo.

Mis padres llamaban
partes a los telediarios.
Ellos sabían que la guerra
no había terminado:
mientras en el salón la tele
vomitaba metralla,
la radio en la cocina
escupía recuentos de muertos.

Perdonadme que ahora juegue:
el dolor fue una institutriz severa.




Con pulso de artificiero
escojo las palabras.
Manejo con tacto
la nitroglicerina de cada sílaba.

Por culpa de palabras mal usadas
a mi corazón lo cruza
un alfabeto de cicatrices.




Mi casa tiene treinta metros cuadrados
vivimos en ella dos adultos
una adolescente
y una gata anciana

Mi casa es digna

Si es de dignidad de lo que hablamos
mi casa es digna

Mi casa es tan digna
como las chabolas de latas
como las casas barco
como las tiendas de refugiados

Más dignas todas ellas
que la del especulador
la del director de periódico
la del dueño del banco

Si es de dignidad de lo que hablamos:

la justicia de las palabras
-la belleza de la exactitud-
aún nos pertenece.




DÍA NUEVO

Cuando mi hija está por llegar
-luego la ayudaré con los deberes
veremos alguna película
discutiremos
le diré cuánto la quiero
ella dirá yo también-
cuando aún me queda un rato para leer
para quitar el polvo acumulado sobre la tele
para especiar la comida que comeré sola
cuando mi gata ronca
y la calefacción funciona
y tomo una cerveza fría
y la lavadora da vueltas
con nuestra ropa mezclada
camisetas y calcetines unidos en un abrazo
cuando la luz del sol se queda fuera
y mantiene mi casa en penumbra
con el brillo apagado de un licor

no me queda más que decir gracias.
Seré generosa por un día
y me agradeceré haberme traído hasta aquí
bajo un techo que mantiene nuestros besos
y nuestras benditas diferencias
a resguardo.




EN EL AVIÓN

Lo sabía, no sé por qué,
pero lo sabía.
Desde que lo he visto
avanzando por el pasillo
sabía que cuando ocupara su asiento
bajaría la persiana.

Es de esa gente que se conoce
las nubes de memoria.

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