sábado, 10 de mayo de 2008

ELENA ESCRIBANO




REINCIDENCIAS

LA HIGUERA ESTÉRIL

Y no era tiempo de higos,
maldijo una higuera por no darle su fruto
y no era tiempo de higos.

¿Se le puede exigir a la savia dormida
que se adense y se endulce y se encarne
para que Él sacie su hambre o su capricho,
si no es su tiempo, si no puede desobedecer
el orden circular que la sustenta?

Arbitrario, le exige su tributo,
soberbio, le impone que rompa
una orden más antigua que la suya,
y por negarse la condena
a la esterilidad.

¿Qué consolará sus pobres ramas desconcertadas
cuando llegue agosto y reclame su cosecha
y se estremezca y ya no pueda?

¿Quién le explicará que nunca más
el aire acariciará entre el áspero terciopelo de sus hojas
el tierno péndulo de morado intenso?

Ya no verá la tibia gota de azúcar resbalarse
y brillar por la herida de su carne abierta
entre los dedos del caminante que se detenga
bajo su sombra el próximo verano.
Ni sentirá el ruido sordo
que hace al caer el higo maduro sobre la tierra.

Nadie se embriagará al atardecer con el aroma intenso
que envuelve como una alfombra mullida
y alimenta la razón de pájaros felices.

No era tiempo de higos. La tiranía de los dioses
no se entretiene solamente con el circo de los hombres,
también abate la inocencia de una higuera.

Así el deseo. Se alza ávido como un dios impaciente
y pide fruto
que no puede nacer porque aún no es su tiempo,
porque sólo es marzo,
porque no es agosto todavía.


LAS PALABRAS

Llevo todo el día buscando unos pendientes
para salir contigo. También busco palabras
luminosas como cuerdas de colores,
para que subas desde los silencios oscuros
a los que desciendes
esas tardes de otoño
cuando la luz sigue el camino de las hojas
y se pierde sin remedio.

Elijo las palabras con cuidado
porque sé de qué color tienen los ojos
tus monstruos favoritos. Casi todos
se ciegan con la luz.

Guardo esas palabras en cajitas, como píldoras,
y las llevo en el bolso: éstas rojas
para el desaliento,
aquéllas rosadas, para el desánimo,
esa otra azul como aire fresco en el verano
para los recuerdos amarillos que se extienden
resecando la memoria,
y las negro azabache, duras como espejos,
para esas mañanas blandas
que se apoderan de los días que podrían ser diamantes.

Soy la buscadora de palabras
para ti, noche cerrada,
donde la luz no es posible,
ni la salida es posible,
ni el regazo.


CINCO DÍAS

Sólo han pasado cinco días,
–me dices–
y él es muy lento.


El amor distorsiona los límites del tiempo,
los amplía o los reduce
según late la ansiedad
o el miedo del que espera.

Un solo día puede parecer interminable
si se vive con los ojos bien abiertos
y las manos con las palmas extendidas.
Un minuto así ya es mucho tiempo.
Cuanto menos cinco días
no ya con las palmas extendidas
sino con todo lo que eres
extendido hasta las puertas de tu casa.

Y es que los cinco días
de que hablamos
han tenido sus cinco noches de insomnio
espesas y pastosas como una inacabable
invasión de lodo oscuro.

Han tenido también
sus cinco mañanas de descanso
–el trabajo siempre ayuda,
ya se sabe–
y luego vienen una a una
esas horas de la siesta
en las que no es oportuna una llamada
ni que te llamen,
sin embargo aún mantienes la esperanza
porque no sería la primera vez que sucede.

Llegan después cinco atardeceres silenciosos
con sus seis…sus siete…y sus ocho horas
tan propicias para llamar a los amigos,
pero tú no tienes suerte
y él no ha encontrado ni un minuto para acordarse de ti.
Aún es pronto, te consuelas,
pensando que muchos días no llamaba hasta las diez.

Pero cuando llega la frontera de la hora
en la que un poco más
y una llamada a esas horas no es correcta,
y aún mantienes la duda
como el chisporroteo de una bombilla a punto de fundirse,
y dan las once,
y te despides,
y te preparas para otra larga madrugada
densa y oscura,
entonces,
cuando el silencio
grita tan fuerte desde tu almohada
que no comprendes cómo no se despiertan los vecinos,
entonces,
entiendes
que cinco días no son poco tiempo
si lo esperas a través de todos los segundos,
y tú sabes
que se irán deslizando poco a poco
hasta el centro del silencio,
de la nada.



LA TORMENTA

Y comienza
creciendo la intemperie
dentro del corazón.

Se levantan los brazos del mar
agitando las velas desgarradas,
y todo a la deriva.

Se tambalean los bultos enormes y mal atados
de los recuerdos,
se desplazan por la cubierta abarrotada
los toneles rotos de la prudencia
y las cajas mal cerradas de las viejas heridas.

El viento convierte en papel
el duro trabajo de años en los astilleros de la vida.
Y el cielo con todos los colores de lo oscuro
bramando por encima de nosotros
en evidente desamparo.
Y sólo ha sido el perfume que él llevaba
y que ha vuelto,
por sorpresa,
dios sabe desde qué chaqueta desconocida
al fondo del autobús.


LA CIUDAD LLUVIOSA

Está la ciudad húmeda, distante,
un viento gris se cuela en los bolsillos.
Es sábado y comprendes que es ridícula
la espera. Él no vendrá.

Te miras sorprendida en el espejo,
nunca habías notado tanto frío
en el cristal que te refleja.

Enumeras las cosas
que te hacen muy feliz y las pones delante,
como un carmín nuevo en los labios,
para verificar que eres hermosa
y te cierren las grietas
que ese viento torcido de cuchillos
abre en las decisiones que has tomado
y nunca cumples. Ya lo sabes,
así es como funciona el corazón:
haciendo trampas.

Hace tiempo que todo lo que pensabas duradero
arde en el solo soplo del aire de la vida.
Algo tremendo si pensamos
que nos observan los hijos y algunos amigos
que mueven disimuladamente la cabeza
al descubrir cómo pierdes la tuya
tan a deshora.

Es una opción,
podrías, qué duda cabe, volver al redil
subirte a unos tacones
y caminar del brazo de la estabilidad,
seguro el paso, y el corazón arrinconado
en un bolsillo.

Mas nadie es de nadie. Vivimos en una patria
que consiente ser ocupada temporalmente
por la revolución del deseo y sus incendios.
Cuando se acabe
volverá a reclamar su independencia.

2 comentarios:

Víktor Gómez Valentinos dijo...

"Elijo las palabras con cuidado"

A Elena le debo el amor por la tachadura y el cuidado del orfebre sobre su trabajo.

Y más.

Pedro Nunes dijo...

Palavreado

O ano passou
não tem retorno,
sou como sou
de mim sou dono.

Palavras palavras
para o bem, para o mal,
para tudo dão
de tudo dão sinal.

Estas te encontrarão
bem, espero.
passado e presente
amizade de ferro.

Sem sinais de ferrugem?!
O resto? É o que é for…
A continuar sempre
para além do milénium.

Sonhar!
Sonhar!
Eis o remédio!

Manuel Pereira da Silva